Bastión Moral lleva toda la vida navegando las prótesis del género. En la pubertad surfeando los códigos de la mujeridad normativa a través de los concursos de belleza, que definen lo que es condición ineludible para llegar a ser, aunque sea una infinita aspiración que no se concreta nunca, una buena mujer. Y en la actualidad, embarcándose en una pasabilidad trans que busca, infructuosamente, conseguir en una cultura rígida atravesada por los binomios. Porque precisamente el binomio sexo-género es un algoritmo roto que nunca resuelve los problemas que plantea.
El manejo de los códigos con los que se programa el sexo-género no es un saber neutral, más bien, y como todo código, se inscribe en los cuerpos con una violencia que crece exponencialmente ante la falta de claridad, ante la falta de un consenso entre quien encarna el código y las instituciones que imponen su uso. Bastión Moral conoce de primera fuente toda la violencia corporal que compromete la construcción de la belleza hegemónica, pero también la violencia que implica el no coincidir con sus parámetros. Es violento buscar encarnar un imposible como es la belleza occidentalizada de la mujer ideal, pero también es violento apostatarla, porque en la renuncia hay un reclamo que el “cistema” (el sistema basado en la cisgeneridad) no es capaz de asimilar.
El género como prótesis, cuando no es explícito, duele. Por eso hacer visibles las prótesis puede devenir una forma de sanar las heridas dejadas por la cisnorma. Si la relación con el sexo-género fuera un juego BDSM, donde el pacto y el consenso forman parte fundamental de la práctica, sin duda habrían menos heridas y cicatrices en nuestras historias disidentes. Por eso el proyecto de Bastión Moral tensiona todos estos elementos, construyendo prótesis del placer consensuado a partir de esas otras prótesis, violentadas por el discurso de la belleza, ofreciendo así un ejercicio alquímico de curación desviada.
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